El Ferrocarril del Diablo: nunca descarriló ni tuvo un accidente pero mató a 7.000 personas

El tren, de 360 kilómetros de largo, cruzaba el Amazonas y sirvió para transportar caucho. En su construcción trabajaron indios de la región y obreros de 152 países. Una historia terrible de torturas, maltratos y muertes.

En 1839, un estadounidense, Charles Goodyear inventó la vulcanización. (Transformar el caucho en una goma inalterable a los cambios de temperatura). Casi cincuenta años después, en 1887, un escocés, John Boyd Dunlop, creó el primer neumático de caucho inflable, y en 1891, un francés Édouard Michelin creó el primer neumático desechable.

Los tres inventos cambiaron el mundo del transporte, pero a un costo elevado. Para producir neumáticos para bicicletas y automóviles se necesitaban miles de toneladas de caucho que se obtiene de la savia de algunos árboles tropicales de América, Asia y África. Pero el mejor caucho se conseguía de aquellos árboles que crecían en el Amazonas. Uno sobre todo: la Hevea brasiliensis.

Plantación de árboles del caucho.

El peruano Carlos Fermín Fitzcarrald destrozó la selva para lograr vías de salida al Atlántico con el codiciado producto. Pero si sus campos de trabajo en realidad eran campos de concentración, otro empresario peruano lo sobrepasaría en atrocidades y crueldades: Julio César Arana, llamado el rey del caucho.

Con un método simple y demoníaco que muchas empresas usaron en el mundo, Arana hizo fortuna y eliminó a miles de personas. Contrataba a los indígenas de las tribus del Amazonas (en el 99% de los casos a la fuerza) para extraer el caucho. A cambio les daba vivienda, comida y herramientas. El problema llegaba a fin de mes. Arana les pagaba 1 peso, y la vivienda, comida y herramientas se las cobraba 10 pesos. En pocos meses los indios estaban totalmente endeudados y solo tenían una vía para pagar: los indios y sus familias pasaban a ser esclavos hasta la muerte del indigno Arana.

Julio César Arana. El rey del caucho.

Pero había un problema para los empresarios: los árboles estaban a centenares de kilómetros de cualquier puerto donde el caucho podía ser embarcado. Y surgió una idea loca y mortal: construir un ferrocarril en medio de la selva.

Tendría 360 kilómetros de extensión que uniría los ríos Madeira y Mamoré. Era el mejor camino para transportar el riquísimo caucho hasta el Atlántico, lugar donde sería embarcado para ser llevado a Europa y Estados Unidos.

El primero en apostar por la idea, en 1871, fue un militar estadounidense, George Earl Church. Creía que por haber peleado en la Guerra de Secesión, todo le sería fácil. Grave error. No conocía las enfermedades de la selva: malaria, disentería, fiebre amarilla. No sabía que allí vivían feroces animales. Solo pudo construir unos pocos kilómetros y se volvió a sus pagos.

En 1883 apareció una empresa de Filadelfia: P & T Collins. Tuvo el mismo destino.

Indios Caripuas.

Pero en 1907 tomó en sus manos el proyecto el gobierno brasileño que estableció la cabecera de la línea en la ciudad brasileña de Porto Velho, a orillas del río Madeira. Ese año nació la línea férrea que adquirió su nombre por mano de los obreros: el Ferrocarril del Diablo.

El proyecto duró casi seis años y trabajaron operarios de 152 nacionalidades distintas. En agosto de 1912 se colocó la última traviesa de la vía férrea en la estación de Guarajá-Mirim y la línea alcanzó los 360 kilómetros.

El tren se ganó su nombre por un triste número matemático: según la compañía murieron 1.552 obreros en los trabajos. Mentira. Allí sólo estaban contabilizados los que morían en un hospital del poblado de La Candelaria. En la triste cuenta no figuraban los que fallecían en la selva y eran enterrados por sus compañeros, los que escaparon de los latigazos y murieron en su intento de fuga y los indígenas, que no eran considerados humanos.

La cifra final de muertos en la construcción del Ferrocarril del Diablo es estremecedora: 7.000 personas.

Pero empresarios y burócratas iban a tener su castigo. El precio del látex empezó a descender de manera abrumadora. Ya no eran un producto preciado. Todo por culpa del sudeste asiático. Desde allí comenzaron a inundar el mundo con el producto y el precio cayó al suelo. La extracción de caucho ya no era negocio. El látex de Malasia era mucho más barato que el de Brasil o Perú.

El clima, la naturaleza y la rebeldía de los indígenas hicieron el resto. El Ferrocarril del Diablo pasó a dar pérdidas.

El Gobierno brasileño cerró gran parte de su trazado en los años ’30 y la dictadura militar lo clausuró definitivamente en 1972.

Los fantasmas siguen en pie. Cerca de Porto Velho se encuentran máquinas y vagones abandonados en la selva, tapados por la vegetación. Y un cementerio con las tumbas de los trabajadores que son habitadas por miles de víboras.

De ellos ya nadie se acuerda. Ni tampoco del Ferrocarril del Diablo, que nunca descarriló ni tuvo un accidente, pero mató a 7.000 personas.

Fuente: clarin.com