El vagón de los raros
Artículo escrito por Elvira Lindo en El País.com el día 9 de Junio de 2016:
…… nada más entrar en el vagón veo a un tío dando zancadas de un lado a otro, coronado con unos enormes auriculares, hablando a gritos sobre un asunto comercial. Agita los brazos como si estuviera en un despacho y le comunica a voces a su interlocutor el número de móvil. Le dan ganas a una de tomar nota y hacerle una llamada perdida a las cinco de madrugada. Con delicadeza le hago un gesto con las manos para que baje el volumen, porque si la cosa empieza así me temo que me espera un viaje espantoso, a mí y al resto de viajeros del vagón, aunque siempre tengo la sensación de que en España la contaminación acústica no le importa a casi nadie, o que nadie considera que la tranquilidad sea un derecho cuando has pagado un billete, no precisamente barato, de AVE.
El tío me mira, extrañadísimo, como si en el código de buena conducta que cada uno lleva interiorizado desde sus años de formación no cupiera la circunstancia de que alguien le pidiera, por favor, algo de consideración con el prójimo. Cuando termina su llamada, le oigo increparme a mis espaldas:
— ¡Señora, que sepa usté que no es un vagón de silencio!
Y es que así han entendido algunos viajeros la existencia de los llamados vagones de silencio: si Renfe ha establecido que hay un lugar donde no se puede hablar alto ni molestar con las insoportables musiquillas de los puñeteros móviles es porque en el resto del tren los viajeros están autorizados a hacer lo que les dé la real gana. Trato de respirar hondo y hacer unos de esos stop que recomiendan en los cursos de mindfulness para contener el impulso de la reacción inmediata, pero no me funciona. Me vuelvo, le miro a los ojos, e imbuida del espíritu pedagógico de Juan de Mairena le contesto sin elevar el tono:
— Señor, la educación no es exclusiva de un vagón en particular…..