Rovos Rail: recorriendo Sudáfrica en un tren de lujo

Desde Pretoria a Ciudad del Cabo a bordo de uno de los trenes más distinguidos del mundo.

Recorrer en este tren de lujo los 1.600 km de vía férrea que, como una espina dorsal, cruzan Sudáfrica desde Pretoria hasta Ciudad del Cabo es una experiencia difícil de igualar. Por las grandes ventanillas de sus elegantes coches se suceden escenarios de película, desplegándose ante nuestros ojos ciudades, pueblos y una naturaleza aún salvaje donde habita la fauna más increíble del planeta.

El artífice es Rovos Rail, compañía fundada 1989 por Rohan Vos y aún de propiedad y gestión familiar, dedicada a la organización de recorridos turísticos por el continente africano en trenes de lujo perfectamente restaurados.

El cuartel general de Rovos está instalado en la estación de Pretoria, en el interior del país. Allí sus más de 200 empleados se afanan en dar un esmerado servicio a los viajeros, además de ocuparse del mantenimiento y restauración de máquinas y vagones.

La primera máquina que adquirió la empresa fue una locomotora de vapor construida en 1938 a la que siguieron otras cuatro más. Hoy, sin embargo, se emplean locomotoras diésel australianas, de clase DD, fabricadas en 1970 para transportar carbón en Queensland. Desmontadas y reconstruidas pieza a pieza, no le restan ni un ápice de glamour, que incluye dos salones, dos coches-restaurante y varios compartimentos para dormir. En total, 19 coches que pueden albergar un máximo de 72 pasajeros, la mayoría construidos entre 1919 y 1970 y primorosamente restaurados.

Los pasajeros pueden elegir entre tres tipos de compartimentos, de distinto tamaño y nivel de confort, pero todos con baño privado. La más distinguida, la Royal Suite, de 16 m2 y con capacidad para dos personas incluye, entre otros caprichos, un salón y bañera de estilo victoriano.

La experiencia comienza en la antigua estación de Pretoria, Capital Park Station. La fastuosa estructura del edificio, de estilo colonial, permite visitar los 10.000 m2 de talleres y contemplar cómo se llevan a cabo las restauraciones. Sus instalaciones también incluyen un museo ferroviario que cuenta con semáforos, señales de tráfico antiguas e incluso vagonetas que recrean el ambiente de antaño.

Pretoria es llamada la ‘ciudad jacaranda’ debido a la cantidad de estos árboles que adornan calles, parques y jardines. Es una de las metrópolis más importantes del país y capital administrativa, donde reside el poder ejecutivo. Su nombre se lo debe al héroe local Andries Pretorius, líder de los bóers en los conflictos territoriales que tuvieron lugar a principios del siglo XIX.

Después de la primera noche de viaje se llega a Kimberley, conocida por su ‘Big Hole’, la mina de diamantes más famosa de todo África. Este agujero a cielo abierto ocupa una extensión de 170.000 m2, la mayor excavación del mundo realizada por el ser humano, con una profundidad de 240 m.

De aquí se extrajeron 3 toneladas de diamantes hasta el año 1914, en que fue clausurada. Todavía es posible ver el impresionante cráter lleno de agua y visitar el museo, en el que se cuenta toda la historia relacionada con los diamantes en la región. A su lado, el antiguo pueblo se conserva como hace un siglo, con sus casas de madera, su salón, sus tiendas, su banco y un tranvía aún en funcionamiento. Hoy la fiebre de los diamantes ha dado paso a la fiebre del turismo, como una nueva fuente de riqueza.

Digno de disfrutar es de la puesta de sol desde el vagón de cola, totalmente abierto y desde el que se obtienen las mejores instantáneas del viaje, sobre todo cuando el tren efectúa giros pronunciados.

En el segundo día de viaje el tren alcanza Matjiesfontein, a tan solo 150 km de la parada final. Este pequeño pueblo, de estética victoriana, no existía antes de la llegada del ferrocarril. Fue creado en 1890 por el escocés James Douglas Logan como un alto en el camino en el que tomar un refrigerio y estirar las piernas.

Su negocio fue tan exitoso que pronto se formó un núcleo de casas a su alrededor. Se construyó el Hotel Lord Milner con todos los lujos de la época. Allí se instalaron, por ejemplo, los primeros inodoros de Sudáfrica y también fue el primero en tener luz eléctrica y teléfono.

Cuenta con curiosos museos como el del Transporte, con una notable colección de coches de época de entre 1930 y 1960 o el Marie Rawdon, que exhibe todo tipo de artículos del ávido coleccionista David Rawdon.

Tras salir de Matjiesfontein, el tren continúa su recorrido hacia el oeste entre arbustos, matorrales y zonas desérticas sin prácticamente presencia humana. Poco a poco, el árido Gran Karoo da paso a una exuberante zona de viñedos, de los que proceden algunos de los mejores vinos del mundo.

Las Planicies del Cabo –Cape Flats– hacen presencia y, junto a ellas, se vislumbran los primeros suburbios de Ciudad del Cabo. La segunda ciudad del país creció gracias a las oleadas de inmigrantes, muchos atraídos por la fiebre del oro y los diamantes y fue refugio de muchas personas durante los años del apartheid, lo que convierten en una de las ciudades más multiculturales del mundo.

Acostada en una bahía que baña sus aguas en dos océanos, el Atlántico y el Índico, ocupa un paraje idílico y es famosa por su puerto. En el pasado fue una codiciada plaza por marineros y exploradores portugueses, británicos y holandeses.

Hoy es quizás el destino turístico más popular de África, con parajes de extraordinaria belleza, como la Reserva Natural del Cabo de Buena Esperanza, que señala el extremo sur del continente africano y ofrece vistas del océano imposibles de encontrar en cualquier otra parte del mundo.

La playa de Boulders, en la costa de False Bay y cerca de Simon’s Town, es el único lugar de la tierra en el que se puede nadar con pingüinos en libertad. Incluida en el Parque Nacional Table Mountain, la zona cuenta con una serie de pasarelas de madera para hacer más fácil la visita sin molestar a los animales.

Fuente: cerodosbe.com